¿SIGUES AHÍ, LUNA?
Cálida noche silenciosa. Mis codos se apoyan en el alféizar de esta ventana y te busco con la mirada, con mis sentidos, luna… Satélite de luz, madre y señora de las mareas, guardiana de los sueños… ¿Dónde estás? ¿Por qué dejas que la noche te desafíe… y te oculte de los mortales que te añoran?
Respiro despacio, y aún sin verte, mi cuerpo se llena de tu esencia. Siento tu calor acunando mi piel y languidezco… Mamá quiso acompañarme esta noche de nuevo; pero yo rehusé… porque necesitaba hablarte, luna… e incluso reprocharte mi sino.
Sin embargo, me rehúyes y eliges esconderte entre los densos tules de la oscuridad del crepúsculo. Pero, no importa… porque voy a reclamarte mi pesar de igual forma… Hicimos un pacto, ¿recuerdas? Aunque yo solo era una niña cuando tu brillo y mis anhelos se encontraron. Tú llenarías mi vida de esperanza y yo a cambio te daría mi eterna adoración…
Ay, luna, me siento tan débil. Perdóname, perdóname por flaquear. Pero, necesito hacerlo esta noche. Solo esta noche le permitiré a mi alma el desfallecimiento, y únicamente ante ti… Descubriré todos estos miedos que me acechan a pesar de la armadura de fortaleza con la que visto mi maltratado espíritu a diario.
Sé que todo va bien. Los médicos insisten en ello. Pero, cada vez que me miro en ese maldito espejo… que desnudo mi físico ante su reflectante lámina de cristal… Solo me viene a la cabeza una pregunta: ¿Por qué… por qué a mí, ¡malditita sea!?
¿Sabes, luna? Hoy he recibido otra de sus cartas… Ni siquiera me atrevo a decirle la verdad. Y no te puedes imaginar cuánto lo necesito. Necesito que sus manos se enreden en mi melena, que su amor tatúe cada centímetro de piel expectante de sus caricias, que su tacto vuelva realidad mis turgencias. Pero, ya no queda nada de ese recuerdo de mí que él se llevó en su viaje… En sus cartas, todavía vive aquella Miriam de pelo al viento y labios color rubí… Y sé que es injusto, porque el amor que él me demuestra va más allá de la enjuta carne que ahora envuelve mis huesos, pero… Soy una cobarde, ¿verdad? Dímelo… dímelo sin tapujos. No te escondas, luna… Por Dios, ¡háblame!
–¿Miriam?
–Dios mío. –Mi hálito entero se estremece cuando la voz aterciopelada de ese amor ansiado y temido reverbera entre las cuatro paredes de este salón oscuro.
Y me oculto entre las sombras. Agradecida a esa luna esquiva por no regarme con sus rayos. ¿Qué está haciendo él aquí? Yo no quiero que me vea, no quiero…
–Oh, cariño… –Pero sus brazos me acunan, su cuerpo me cubre, su olor… Ay, su olor…
Su mano tira del plateado pañuelo que envuelve mi cabeza desnuda. Intento zafarme de sus brazos, pero ni él me deja, ni yo me resisto. Su aliento cae sobre esa piel que ahora es la única separación entre mi cráneo y su cálida esencia.
–¿Por qué no me lo has dicho? –intenta reprocharme; pero de sus oscuros y profundos ojos solo se desprende el amor ansiado. No veo compasión en su mirada, sino fuerza. No siento desaliento en su querer, sino lucha.
Hace un rato, luna, que desperté… Cobijada bajo su cuerpo, acunada por tus rayos… Ahora sé que estás ahí… y que has llenado mi vida de esperanza de igual forma que tienes mi adoración.
Dedicado a todas las personas que están luchando por superar la oscuridad.
Escrito por Gema Lutgarda E. López 14/06/2014